—Cómo te ha mirado, ¿eh?
—Como
una mujer.
—Sí,
pero como una mujer que te desea mucho. ¿Qué les das?
—Nada. O
quizá todo. A lo mejor es eso lo que les gusta, quizá prefieran a los hombres
imprevisibles. Fíjate... —Sacó el móvil—. Conseguí su número y le mandé un
mensaje. Fingí que me había equivocado y le envié esta frase: «Te miraría
millones de veces sin aprenderte
nunca de memoria.»
—¿Y
después qué hiciste?
—Nada.
Esperé toda la tarde. Pensé que, teniendo en cuenta su manera de ser, al final
acabaría respondiendo.
—¿Por
qué? ¿Cuál es su manera de ser?
—Educada
y lineal. Estoy seguro de que cuando leyó el mensaje una parte de ella quería
responder por educación y la otra tenía miedo de hacer algo inapropiado.
—¿Y
al final?
—Me
contestó. Mira: «Creo que se ha equivocado de número.» A continuación yo le
escribí: «¿Y si ha sido la fortuna la que ha hecho que me equivoque? ¿Y si es
cosa del destino?» Me pareció oírla reír.
—¿Por
qué?
—Porque
era el momento oportuno. Para cualquier mujer, incluso para la que se siente
más realizada, con hijos, con una familia estupenda, satisfecha con su trabajo,
siempre llega un momento en el que se siente sola. Y entonces se acuerda de lo
que la ha hecho reír. Y, sobre todo, de quién lo provocó.
-Davide
cogió el teléfono de Tancredi. Habían seguido escribiéndose. Leyó los mensajes
que habían intercambiado. El tiempo transcurría bajo sus ojos, semana tras
semana.
—Para
ella te conviertes en una costumbre, en algo que poco a poco empieza a formar
parte de su vida. Cada día recibe una frase, un pensamiento bonito sin ninguna
insinuación... —Tancredi sonrió y, acto seguido, se puso serio—. Después, de
repente, paras. Durante un par de días, nada, ni un mensaje. Y ella se da
cuenta de que te echa de menos, de que te has convertido en una cita
inalterable, en un momento esperado, en el motivo de una sonrisa. Entonces
vuelves a escribir
y te disculpas, te justificas diciendo que has tenido un problema y le haces
una pregunta muy simple: «¿Me has echado de menos?» Sea cual sea su respuesta,
la relación ya ha cambiado.
—¿Y
si no contesta?
—Eso
también es una respuesta. Significa que tiene miedo. Y si tiene miedo es porque
puede ceder. Entonces puedes arriesgarte y decirle: «Yo si te he echado de
menos.» Y sigues avanzando.
Le
mostró otro mensaje, y otro, y después otro más. Hasta el último: «Quiero
conocerte.»
—Pero
éste es de hace diez días. ¿Qué pasó luego?
—Nos
conocimos.
Davide
lo miró.
—¿Y...?
—Y,
naturalmente, no voy a contarte nada de hasta qué punto llegamos a conocernos,
ni de dónde ni cuándo. Con esto sólo quería que entendieras que a veces las
cosas no son lo que parecen.
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